En este momento me atosigan las miradas de ira de personas a las que dudo haber visto con anterioridad.
Es extraño pensar que alguien entre tantos gritos alguien pudiera, o más bien, quisiera escuchar lo que tengo para decir.
No son grandes palabras, pero con las manos atadas y teniendo en cuenta lo que acabo de mencionar, es poco probable que importen mucho de todas formas;
Muñeca maldita y santa... todo lo que haces es brindarme apoyo cuando lo necesito y dejarme en el olvido.
Todo lo que haces es evitar que arda en mi propio infierno.
¿Por qué te apiadas de mi infelicidad? ¿Qué he hecho por ti que te sea tan necesario retribuirlo? No puedo rescatarte.
Nunca encuentro las palabras correctas.
No llego frente a ti con la cara cubierta en la sangre de tus enemigos, ni siquiera puedo garantizar que en nuestro futuro todo brille.
Tan solo puedo darte unos gestos de ánimo y entregarme a ti en cuerpo y alma.
¿Qué clase de doncella querría a un caballero con los ojos llorosos, con la espada oxidada y un matungo inexistente?
Te odio. Te odio por amarme. Me odio por amarte. Te amo.
No es tan diferente.
Prefiero morir a seguir escuchando tus reconfortantes silencios.
No entra en mi cabeza el hecho de que me dejes vivir en tus brazos.
Que me dejes flotar entre tus piernas y me dejes perderme entre tu cabellera.
Mi reino entero por tener tu inerte cuerpo sin vida frente a mí tan solo una vez más.
Acto seguido, siento el metal sobre mi carne.
Diez segundos. Diez segundos y todo se acaba.
En un rato nos volveremos a ver.
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