18 sept 2011

Dolor de huevos. (Kafka dimitte nobis debita nostra)

Cuando Adrián Linares se levantó esa mañana por culpa de los gritos de su madre, no quería salir de su habitación.
Podía escuchar los gritos de alguien que no deseaba ver en ese momento; alguien que lo incomodaba.
Mal que mal, él sabía que tarde o temprano debería abandonar su habitación, dirigirse al baño, lavarse la cara, cepillarse los dientes y realizar todas las actividades rutinarias de la mañana.
Pero no quería.
Le molestaban las lagañas en los ojos y su larga cabellera había formado figuras que ni los mejores peluqueros del mundo podrían recrear. Claro que no hay un por qué para recrearlas ya que son caóticas. Son un mar de información, de miles de millones de puntos esparcidos por el espacio. Y eso no importa.
No importan sus fervientes ganas de vaciar su vejiga tampoco. El nauseabundo aroma de sus axilas y genitales que exigen una ducha.
Dar el brazo a torcer no parece una opción.
Adrián está completamente obstinado en quedarse en su cuarto.
Y escucha los gritos de su madre, y escucha los gritos de la persona que no quiere ver, quizás un enemigo, quizás un amigo, quizás un cliente o quizás un acreedor.
La relación de la persona que lo incomoda con Adrián no importa.
Lo único importante en éste momento es su determinación en cuanto a no renunciar a permanecer en su habitación.
Unos grandes espirales en su cabeza y si tan solo pudiera escapar.

De repente, el mundo se pone en contra suya. Y un espectador dice: "¿En serio?". Adrián rompe la cuarta pared para demostrarlo. "Claro que sí".
La estructura colapsa, habitación implosiona. No hay heridos, hay daños. No solamente porque acaba de sucumbir un muro. Acaba de irse la crisálida de Adrián. Acaba de desaparecer su capullo y lo único que queda es mostrarse tal cual es.
La luna cae y puede ver con claridad los pájaros que vuelan, los gatos vagabundos que se pelean y cómo queman esas grandes chimeneas.
El humo invade las ruinas que quedan de su habitación. El humo empieza a desvanecerse. La confrontación con la persona que lo incomoda es inevitable. Adrián se desespera, quiere impedirlo. Quiere evadir lo que se le presenta. No puede. Está a punto de perder el control. Taquicardia. Vista nublada. La adrenalina inunda su organismo. Un piano en su cabeza está interpretando una melodía a un tempo cada vez más acelerado.

La persona que lo incomoda se posiciona frente a él y pronuncia las terribles palabras: "¿Me podrías devolver mi libro?"

Adrián responde, con la firmeza de un soldado al cual acaban de preguntarle si eliminó a un blanco "No terminé de leerlo"

La persona que lo incomoda se fue.
El mundo se rearmó.
Adrián fue al baño y la vida sigue como de costumbre.

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