26 abr 2012

Flora y fauna

Sacó las fuerzas de Dios sabe dónde. Se levantó y fue a darse una ducha.
El goteo de la canilla rota le marcaba los pasos como un metrónomo.
Notó unos cuantos hongos creciendo cerca de su cuero cabelludo y le restó importancia. Miró hacia abajo para encontrarse con esa grasa asentada como siempre.
En el momento de reflexión de todo hombre, él estaba en blanco.
Había dormido mal, había dormido pensando en lo que iba a pasar.
Luego de higienizarse dió un pequeño salto; se encontró con el retrete roñoso por sus propias heces rojizas y bajó la tapa.
Los movimientos estaban cronometrados. Se secó como siempre; primero la espalda, luego la cara y por último su pelvis marchita.
Esbozó una sonrisa frente al espejo mientras se peinaba y se lavaba los dientes

Dedicó unos diez minutos de su tiempo a calentar el café instantáneo en el microondas y beberlo mientras escuchaba un zumbido que, probablemente, haya venido de la radio.

En la parada del colectivo se la pasó soñando despierto... ¿Para qué?
Cuando subió le impactó la vista. Ella estaba ahí; Ellos estaban ahí, Ella estaba ahí, Ella estaba ahí y probablemente Él también estaba ahí.

Ella era un alma en pena new-age, contemporánea. Flaca como un palo y con eternos ojos vidriosos que cantaban bajito; un vestido oscuro y malgastado, joyería barata y aroma a menstruación estacionada.
Una oportunidad que no aprovechó el conductor interpretándola inmóvil, paralizada como La Bella Durmiente sobre el caño de la máquina para insertar las monedas. A él no le importaba, de todas formas.

Ellos eran llamativos, una manifestación corpórea absoluta de la locura. Se denotaban unos parpadeos al unísono y parecía que entre los dos compartían una sola ceja. Para nada eran siameses, para nada estaban unidos. Posiblemente eran padre e hija. Posiblemente ella haya tenido una especie de retraso mental; facciones mongoloides y cuerpo desproporcionado. Él unos anteojos y posiblemente destinado a cuidarla por el resto de su vida.

Ella estaba ahí. Convenciéndolo. Con su arrugada y deshidratada piel de pasa de uva. Un vestido que alguna vez fue delicado remendado muchas veces y los gritos desaforados de atención.
Un diálogo falto de sentido y realismo; una obligación demente.

Por el otro lado, Ella.
Ella era simétrica, ella era perfecta. Ella le alcanzó una galletita del paquete que estaba comiendo a un barrendero por la ventana del colectivo.

Y Él.
Él lo miró mal, intentando imponerse con su pelo blanco y su calvicie mal tapada. Y hasta hubiera creído si me dijera que era yo mismo en un futuro lejano, será de Dios,

pero ésta es mi parada...

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