(Del
gr. ἀσφυξία,
de ἄσφυκτος).
1.
f. Suspensión o dificultad en la
respiración.
2. f.
Aniquilación de algo o grave impedimento de su existencia o
desarrollo.
3. f.
Sensación de agobio producida por el excesivo calor, el
enrarecimiento del ambiente o por otras causas físicas o psíquicas.
Dos
días después. Paredes de carne quejumbrosas. Duras gotas de
lágrima.
Lo
que más me molestaba era extrañar la música.
De
por sí, la falta de sol era algo a lo que estaba acostumbradísimo.
El
frío se veía bonito; tenía ese sonido recto y empinado como
montañas perfectamente recortadas.
Me
dedicaba a pisar huevos y por esa razón, de alguna manera u otra, me
puse en campaña para decidir entre el suicidio y el pelo corto.
Y
pasaron dos días nomás.
Esta
risa barata, con la mediocridad subdimensionada y el desgano con
pequeñas chispas de glaceado.
Dos
días.
Una
luna me grita luz cada vez más bajito, cada vez que bajo la escalera
pidiéndome que me quede.
Romántico
de cotillón, actor primerísimo.
Por
un par de palabras más mágicas no dudaría en vender mi alma al
diablo.
Pero
las heridas empezaron a hacer simetría con los lunares y la capa de
piel agria.
Una
especie de divertimento que recuerda al coliseo romano, esa clase de
cosas que nunca cambian.
Como
clase media, imposible no sentir cierta morbosa felicidad al ver la
muerte de los pobres en la calle.
Una caminata pidiendo asilo político sobre crímenes atérmicos, desnudos. Y es que el silencio los ve pasear su petulante sexo maltrecho, rogando porque alguien los mire al bajarse los pantalones en público.
Y
ves esos uniformes con caras de ayer, tan floridos y franciscanos a
punto de colapsar de amor.
La falta de aire en el mismo tiempo que tardan en crecer las uñas.
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