Estaba caminando. Tenía unos trece años o por ahí.
Me había escapado de la escuela y decidido a dar un paseo por mi antiguo barrio a unas veinte, quizás treinta cuadras de casa. Algo pasó.
A mitad de camino, las calles empezaron a volverse disfusas y el miedo me empezó a invadir.
Cuando quise mirar a la gente para preguntar cómo volver, cai en la cruda realidad.
Todos eran ciegos con sus bastones. No tenían bocas ni oídos. Excepto uno.
Un hombre vestido con traje blanco.
Frente a tal situación no me sentía con ganas de preguntarle nada de todas formas.
No sé cómo, pero llegué a destino; mi antigua casa había sido derrumbada.
No tendría por qué ponerme mal, no sería mi lugar.
Aunque, de cualquier manera, decidí entrar por el medio de las tablas que tapaban el ingreso.
Muy a mi sorpresa y desafiando toda lógica y coherencia de la situación, el interior de la casa estaba intacto.
Adentro se encontraba mi futura novia y un par de personas irrelevantes. Todo se volvería más surreal dentro de un momento.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario