En esos bolsillos el
rejunte de fluídos parecía un eterno descontento; unos arpegios mal llevados
que desencadenaban en una disonante armonía.
Le pegó la última pitada
al pucho en la esquina de Maipú y Ayacucho antes de subirse al bondi para
malinformar al conductor.
Una especie de trapecista
de camisa...¿Si te digo lo que hago, me crees?
En el cuarto solamente
una chimenea y un kilo de harina que lo ayudaban a evitar el frío.
Doblaba las palabras y
las cosía cuando le parecía bonito. Entretejía esa ambigüedad que lo fascinaba.
Lo fascinaba más que
cualquier otra cosa de aquellas. Quizás por que no podía sorportarse a si mismo
siendo un tan alto representante de lo que decía que creía o lo que creía que
decía.
No hay punto en darle
vuelta si a la gente le encanta(ba).
Era dolor y pasión,
tristeza y dulzor. Era un poco más de lo que podía ser y lo había logrado él
solo.
Cuando llegó el fatídico,
delicado predicamento. Una suerte de polvo desparramado sobre las grietas. Fue
cuando pudo tocar el sonido de su propia voz. La verdad de su gusto. A su gusto
y placer. Pero no le ganó el miedo. Ni las palabras que usaba a pesar de no
conocerlas. Dstinguió la perfectísima grima y la suculenta culpa. Más fuerte
imposible dio un bocanazo a su alrededor.
Consumió todo lo que
había.
Se volvió el miembro de
todos sus administradores, una maltrecha traducción entre idiomas que no se
podían percibir de esa forma...
-¿Algo así como los
ciegos y el elefante?
De cierta manera no.
Le había recordado a la
niñez, a fabular, a escuchar esos cuentitos y emocionarse con cada letra. Un
estudioso de los mudos, un repitente en su propio paraíso.
Una forma agradable de
adorar. Esa palabra que evitaba, esa palabra que jamás diría. Su único punto
inflexible.
Y eso que era de admitir
cuando se equivocaba.
Pobres mortales, pobres
almas desdichadas incapaces de ver lo que está frente a sus ojos.
1 comentario:
tarde como 3 horas en leerlo, muy bueno, no, es un chiste, de compromiso lo dije, özil y la chacon que te pariox, besi
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