6 ene 2014

El creador frente a la crítica



Dada la condición del hombre, el artista tiene infinitos motivos de sufrimiento: a veces porque no lo comprenden o porque desata la furia de los mediocres y resentidos. En cualquier caso, su dolor es muy grande, porque solo una piel gruesa podría defenderlo adecuadamente, y lo característico de un artista es la extrema finura de su piel.
Y en parte por eso, en parte porque va adquiriendo la mentalidad del perseguido, termina por volverse susceptible en grado enfermizo: genus irritabile vatum.
Hay una sola defensa contra esta calamidad y es la de releer, de tanto en tanto, los diarios de los escritores, su correspondencia, sus memorias, la historia de la literatura. Y cuando constatamos que a nosotros, pobres mortales, nos pasa lo que les paso a grandes como Goethe y Proust, de que podemos quejarnos? En sus conversaciones con Eckermann, cuenta Goethe:
"Apenas apareció mi Werther, lo censuraron tanto que si hubiese borrado todos los pasajes criticados no habría quedado una sola línea".
Jean Paulham señala, a propósito de la crítica del siglo pasado: "Hubo críticos estetas y sabios, moralistas e inmoralistas, voluptuosos y fríos, pesados y volubles, solemnes y desvergonzados, profesores y hombres de mundo. Pero todos tenían un rasgo en común: estaban equivocados". Y agrega más adelante: "No hay un solo gran poeta, un solo gran pintor, un solo gran escritor del siglo XIX que no haya sido condenado en sus comienzos, y a menudo en su apogeo, por los mejores críticos".
¿Cuáles son las causas profundas de esta reiterada y al parecer invencible proclividad? Son varias, que operan a veces separadamente y, a veces, en catastrófica combinación.
Un caso típico es Sainte-Beuve: propenso a la condición de enano, frustrado escritor de poemas y relatos, enérgicamente rechazado por las mujeres, denuncio la ausencia de genio en Balzac, negó a Baudelaire y sostuvo que nadie le haría creer que ese payaso de Stendhal pudiese escribir una novela valiosa. Podría pensarse, con candor, que errores tan monstruosos en un hombre que es considerado como uno de los más grandes críticos inducirían a la meditación y a la cautela en el futuro. Grave equivocación. Los seres humanos no responden a los principios de la lógica, y esa sensata conclusión que se infiere a partir de aquellos errores de nada sirven en lo venidero. El resentimiento, como los celos, como la envidia, como toda pasión negativa y sedienta, es inextinguible y en todo caso nada tiene que ver con la lógica.
Si pudieron pasar semejantes calamidades con Sainte-Beuve, ¿Qué puede esperarse de críticos de menor estatura? Con el desarrollo del periodismo, con la inmensa cantidad de diarios que deben hacer eso que se denomina crítica literaria, multitud de escritores de tercer orden tienen la gran oportunidad de juzgar a escritores de primer orden, explicándoles los defectos de su obra y enunciando los principios en que debe basarse una novela o un poema ejemplar.
Como esos paradojales menesterosos que para ganarse algunos pesos escriben un libro titulado Cómo hacerse millonario.
En estos casos no siempre opera el resentimiento, ya que puede darse el caso de jóvenes inéditos que se ganan la vida en esa columna; puede ser la inexperiencia, la miopía, la falta de sensibilidad y de talento; y ya que si es fácil para un genio como Schumann reconocer generosamente el genio de Brahms, no lo es para un muchacho que mientras estudia el clarinete escribe en un periódico de música. La inexperiencia puede unirse a la miopía y a la mediocridad, que no necesariamente excluyen al resentimiento, sino que a veces son sus causas: con grandes dificultades un hombre es capaz de intuir la profundidad, la belleza o la magnitud de algo que no es capaz de sentir, siquiera en germen, en su propio espíritu.
También opera el peligroso método de juzgar lo nuevo de acuerdo con lo viejo...

Ernesto Sábato.
Fragmento de El escritor y sus fantasmas.

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