Dada la condición del hombre, el artista tiene infinitos
motivos de sufrimiento: a veces porque no lo comprenden o porque desata la
furia de los mediocres y resentidos. En cualquier caso, su dolor es muy grande,
porque solo una piel gruesa podría defenderlo adecuadamente, y lo característico
de un artista es la extrema finura de su piel.
Y en parte por eso, en parte porque va adquiriendo la
mentalidad del perseguido, termina por volverse susceptible en grado enfermizo:
genus irritabile vatum.
Hay una sola defensa contra esta calamidad y es la de
releer, de tanto en tanto, los diarios de los escritores, su correspondencia,
sus memorias, la historia de la literatura. Y cuando constatamos que a
nosotros, pobres mortales, nos pasa lo que les paso a grandes como Goethe y
Proust, de que podemos quejarnos? En sus conversaciones con Eckermann, cuenta
Goethe:
"Apenas apareció mi Werther, lo censuraron tanto que si
hubiese borrado todos los pasajes criticados no habría quedado una sola línea".
Jean Paulham señala, a propósito de la crítica del siglo
pasado: "Hubo críticos estetas y sabios, moralistas e inmoralistas,
voluptuosos y fríos, pesados y volubles, solemnes y desvergonzados, profesores
y hombres de mundo. Pero todos tenían un rasgo en común: estaban
equivocados". Y agrega más adelante: "No hay un solo gran poeta, un
solo gran pintor, un solo gran escritor del siglo XIX que no haya sido
condenado en sus comienzos, y a menudo en su apogeo, por los mejores críticos".
¿Cuáles son las causas profundas de esta reiterada y al
parecer invencible proclividad? Son varias, que operan a veces separadamente y,
a veces, en catastrófica combinación.
Un caso típico es Sainte-Beuve: propenso a la condición de
enano, frustrado escritor de poemas y relatos, enérgicamente rechazado por las
mujeres, denuncio la ausencia de genio en Balzac, negó a Baudelaire y sostuvo
que nadie le haría creer que ese payaso de Stendhal pudiese escribir una novela
valiosa. Podría pensarse, con candor, que errores tan monstruosos en un hombre
que es considerado como uno de los más grandes críticos inducirían a la meditación
y a la cautela en el futuro. Grave equivocación. Los seres humanos no responden
a los principios de la lógica, y esa sensata conclusión que se infiere a partir
de aquellos errores de nada sirven en lo venidero. El resentimiento, como los
celos, como la envidia, como toda pasión negativa y sedienta, es inextinguible
y en todo caso nada tiene que ver con la lógica.
Si pudieron pasar semejantes calamidades con Sainte-Beuve, ¿Qué
puede esperarse de críticos de menor estatura? Con el desarrollo del
periodismo, con la inmensa cantidad de diarios que deben hacer eso que se
denomina crítica literaria, multitud de escritores de tercer orden tienen la gran
oportunidad de juzgar a escritores de primer orden, explicándoles los defectos
de su obra y enunciando los principios en que debe basarse una novela o un
poema ejemplar.
Como esos paradojales menesterosos que para ganarse algunos
pesos escriben un libro titulado Cómo hacerse millonario.
En estos casos no siempre opera el resentimiento, ya que
puede darse el caso de jóvenes inéditos que se ganan la vida en esa columna;
puede ser la inexperiencia, la miopía, la falta de sensibilidad y de talento; y
ya que si es fácil para un genio como Schumann reconocer generosamente el genio
de Brahms, no lo es para un muchacho que mientras estudia el clarinete escribe
en un periódico de música. La inexperiencia puede unirse a la miopía y a la
mediocridad, que no necesariamente excluyen al resentimiento, sino que a veces
son sus causas: con grandes dificultades un hombre es capaz de intuir la
profundidad, la belleza o la magnitud de algo que no es capaz de sentir,
siquiera en germen, en su propio espíritu.
También opera el peligroso método de juzgar lo nuevo de
acuerdo con lo viejo...
Ernesto Sábato.
Fragmento de El escritor y sus fantasmas.
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