5 may 2014

Sobre el fin del amor, el universo y otros problemas (Parte I)

Y tirados en la cama, B le dice a A:
-          Esto no está funcionando.
-          Es raro que yo te diga esto, pero… dale tiempo.
Nos levantamos, ella va al baño a lavarse la cara y cepillarse los dientes, yo sigo tirado pensando en hasta dónde vamos a llevar nuestro pequeño experimento.
-          ¿Me abrís la puerta de abajo?
-          ¿No te vas a quedar a desayunar?
-          No sé.
-          Por lo que leí, deberíamos.
-          Está bien.
Ella me espera sentada en la cama y mirando cosas en el celular, yo me voy a realizar la misma rutina que ella hace unos minutos. Al salir, escucho el timbre y bajo a abrir la puerta, alguien me pasa a devolver algo de plata que se había olvidado de devolverme. Ella baja y no entiende mucho la situación pero sin embargo saluda.
La persona se va, nosotros vamos a comprar algo para desayunar. Nos contentamos con el único local abierto a las 3 de la tarde un domingo lluvioso; jugo de naranja y galletitas. Creo que en casa había té.

Al volver y preparar el “desayuno” juntos, empiezo a saltar en el ascensor y ella se asusta.
-          ¡Dejá de hacer eso que nos vamos a caer!
-          No, hay demasiada seguridad en estas cosas para que eso no pase
-          Igual, me pone nerviosa, ¡dejá de saltar!
Entre otros gritos varios, el ascensor se para en el medio de un piso y nos quedamos atrapados. Convengamos que en este edificio no vive mucha gente menor de 70 años y con oídos sanos así que vamos a tener que esperar un rato para que podamos salir.

No, vamos un poco antes, no se entiende nada así. Nuestro mundo está bastante cambiado.
La gente envejece de una forma rara, los colores ya no son colores y las melodías musicales ya no pegan sobre ninguna armonía. La gente no tiene más miedo.
Las relaciones no existen más hace mucho y la única forma en la que yo puedo estar diciendo esto, o pensándolo, es porque la leí. La encontré. Con ella.
Hace unos meses encontramos un lugar que parecía no haber estado habitado durante mucho tiempo con infinidad de libros y películas acerca de lo que se supone es el amor. Con ella.
Ambos dos nos fascinamos con este descubrimiento y empezamos a consumir todo el material que estaba a nuestro alcance (de más está decir que era mucho) pero sentíamos como que algo faltaba.
Las “emociones” ya no existen, o por lo menos no en el sentido en el que espero que la persona que esté leyendo esto las entienda.
Lo que llamamos emociones son compuestos químicos sintetizados inyectables y están al alcance de todos. Las hormonas se cultivan y reproducen en laboratorios y se compran en cualquier parte. La gente es “feliz” o al menos en el sentido de que nadie está triste nunca más.
La única excepción vendría a ser algo como las emociones más específicas; esas son más complicadas de conseguir. Emociones como “llego de casa cansado y mamá me preparó comida porque llegué de casa cansado pero aliviado porque ya no tengo que preocuparme de lo que me hacía mal ayer y era el principio por el cual me acosté a cualquier hora después de evitar estudiar y terminar haciéndolo a las 5 am, 2 horas antes de que la clase comience” o “Van tres semanas de relación con una persona y todo está espectacularmente bien, no tengo nada de que quejarme porque todo lo que hacemos es darnos besos y sentir que esto no va a terminar nunca y que vamos a casarnos, vestidos de blanco, tener tres hijos, dos gatos y una casa de fin de semana en una ciudad cerca de una playa, ahí podríamos tirarnos a ver el cielo y soñar despiertos con que somos pájaros que vuelan juntos”. Bueno, creo que exageré con los ejemplos, pero se entiende un poco mejor así, ¿no?
En fin, ya que estamos con este tema de las “relaciones” que ya no existen y las “emociones” (que tampoco existen) este lugar que encontramos con A es “una mina de oro”. O supongo que algo así es la expresión, la “plata” tampoco existe en nuestro mundo. Las emociones son lo único que se intercambia, la comida solamente está por ahí.

Explicando un poco más el panorama con A voy a decir que solamente la conozco desde que encontramos “ese lugar”. Ella estaba ahí y no recuerdo absolutamente nada más antes de eso. Solamente recuerdo haber estado vivo. Y haber aprendido a leer y escribir. Quizás otras cosas, pero no las recuerdo tampoco.
Mi cambio de visión del mundo vino a través de este descubrimiento y no paró de extenderse hasta ahora. Junto con A vimos muchas de las películas y leímos (con bastante esfuerzo) cada uno de los libros que se encontraba a nuestro alcance y creo que “aprendimos” mucho. Perdón si hago un abuso de las comillas, es considerado “normal” hasta donde entiendo.
Dados diversos factores (como que ambos estamos “solos”) llegamos a la conclusión con A de que la mejor forma de entender mejor las “relaciones” y las “emociones” es creando una “relación” misma entre nosotros dos y nuestro experimento hasta ahora estaba funcionando bastante bien. Habíamos tenido nuestra “primera cita” encontrándonos en la calle luego de que yo me tropezara con ella mientras llevaba unos libros, A me miró y “sonrió”, yo la miré y “sonreí” también. A leyó mi nombre en uno de los libros y dijo “¿Esto es tuyo, B?” y yo le dije “Sí, esto es mío”.
Ella dijo “Aquí lo tienes B” utilizando un acento extraño mientras me alcanzaba el libro.
En ese momento decidí seguir con el protocolo: Miré su remera estampada y le dije que me “gustaba” la banda “Th-e Smths”, ella dijo que a ella también le “gustaba” y por lo tanto su decisión de indumentaria había sido directamente afectada por este “gusto”, además del hecho de que no le “gustaba” que la gente mire sus pechos en público en el caso de no haber estado usando una remera. Propuse que vayamos a tomar un café para seguir hablando acerca de “Th-e Smths” y la importancia de evitar que tus libros caigan en el medio de la calle. Ella sugirió que no estaba acostumbrada a interactuar con extraños o gente en general, pero yo insistí una vez. Los libros y las películas nos habían indicado que eso era lo correcto que hacer.

De alguna forma u otra nuestra ida al café fue mejor que la esperada, nos pudimos mirar a los ojos (cosa que nadie había hecho desde hacían unos 50 años mínimo, supongo) y en un momento hasta la agarré de la mano (cuando íbamos a cruzar una calle, a pesar de que los “autos” ya no existen).
En la charla que tuvimos en la cafetería ella habló sobre su familia imaginaria y su mascota imaginaria que había roto unos muebles imaginarios y ahora querían sacrificarla. Con mucho esfuerzo logró expulsar “lágrimas” por los ojos y admitir que estaba “triste”. Mi formación acerca de las relaciones y emociones me hizo saber que la expresión más coherente en este momento era la de empatía: Debía sentirme mal por ella a pesar de no tener ningún interés en su problema. Era alguien que acababa de conocer y su problema no era real siquiera.
La tomé de las manos y le dije “Todo va a estar bien”. Ella volvió a sonreír. Yo sonreí también.
Luego de consumir el líquido oscuro arreglamos para vernos en un “parque de diversiones” (bueno, solamente un parque, pero no entendíamos la diferencia en esa época), nos despedimos y cada uno se fue para su casa.

Pasaron dos días y se me ocurrió que ya era momento de ir al parque. Al llegar ahí llegué a la conclusión de que ella había estado en ese lugar desde el momento en el que nos despedimos. Su expresión fue de “enojo”, al parecer yo había llegado dos días tarde a nuestra “segunda cita”.
Intenté explicarle que habíamos acordado el lugar pero nunca el momento en el que nos íbamos a encontrar, quizás deberíamos tener eso en cuenta para la próxima. Ella me amenazó con que no “habría próxima vez” si yo seguía siendo tan despreocupado con el protocolo. Ah, sobre eso; aparentemente habíamos divisado un protocolo coherente para este experimento de la relación, yo no estaba enterado por completo de cómo era.

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