Y tirados en la cama,
B le dice a A:
-
Esto no
está funcionando.
-
Es raro
que yo te diga esto, pero… dale tiempo.
Nos levantamos, ella
va al baño a lavarse la cara y cepillarse los dientes, yo sigo tirado pensando
en hasta dónde vamos a llevar nuestro pequeño experimento.
-
¿Me abrís
la puerta de abajo?
-
¿No te vas
a quedar a desayunar?
-
No sé.
-
Por lo que
leí, deberíamos.
-
Está bien.
Ella me espera sentada
en la cama y mirando cosas en el celular, yo me voy a realizar la misma rutina
que ella hace unos minutos. Al salir, escucho el timbre y bajo a abrir la
puerta, alguien me pasa a devolver algo de plata que se había olvidado de
devolverme. Ella baja y no entiende mucho la situación pero sin embargo saluda.
La persona se va,
nosotros vamos a comprar algo para desayunar. Nos contentamos con el único
local abierto a las 3 de la tarde un domingo lluvioso; jugo de naranja y
galletitas. Creo que en casa había té.
Al volver y preparar
el “desayuno” juntos, empiezo a saltar en el ascensor y ella se asusta.
-
¡Dejá de
hacer eso que nos vamos a caer!
-
No, hay
demasiada seguridad en estas cosas para que eso no pase
-
Igual, me
pone nerviosa, ¡dejá de saltar!
Entre otros gritos
varios, el ascensor se para en el medio de un piso y nos quedamos atrapados.
Convengamos que en este edificio no vive mucha gente menor de 70 años y con
oídos sanos así que vamos a tener que esperar un rato para que podamos salir.
No, vamos un poco
antes, no se entiende nada así. Nuestro mundo está bastante cambiado.
La gente envejece de
una forma rara, los colores ya no son colores y las melodías musicales ya no
pegan sobre ninguna armonía. La gente no tiene más miedo.
Las relaciones no
existen más hace mucho y la única forma en la que yo puedo estar diciendo esto,
o pensándolo, es porque la leí. La encontré. Con ella.
Hace unos meses
encontramos un lugar que parecía no haber estado habitado durante mucho tiempo
con infinidad de libros y películas acerca de lo que se supone es el amor. Con
ella.
Ambos dos nos
fascinamos con este descubrimiento y empezamos a consumir todo el material que
estaba a nuestro alcance (de más está decir que era mucho) pero sentíamos como
que algo faltaba.
Las “emociones” ya no
existen, o por lo menos no en el sentido en el que espero que la persona que
esté leyendo esto las entienda.
Lo que llamamos
emociones son compuestos químicos sintetizados inyectables y están al alcance
de todos. Las hormonas se cultivan y reproducen en laboratorios y se compran en
cualquier parte. La gente es “feliz” o al menos en el sentido de que nadie está
triste nunca más.
La única excepción vendría
a ser algo como las emociones más específicas; esas son más complicadas de
conseguir. Emociones como “llego de casa cansado y mamá me preparó comida
porque llegué de casa cansado pero aliviado porque ya no tengo que preocuparme
de lo que me hacía mal ayer y era el principio por el cual me acosté a cualquier
hora después de evitar estudiar y terminar haciéndolo a las 5 am, 2 horas antes
de que la clase comience” o “Van tres semanas de relación con una persona y
todo está espectacularmente bien, no tengo nada de que quejarme porque todo lo
que hacemos es darnos besos y sentir que esto no va a terminar nunca y que
vamos a casarnos, vestidos de blanco, tener tres hijos, dos gatos y una casa de
fin de semana en una ciudad cerca de una playa, ahí podríamos tirarnos a ver el
cielo y soñar despiertos con que somos pájaros que vuelan juntos”. Bueno, creo que
exageré con los ejemplos, pero se entiende un poco mejor así, ¿no?
En fin, ya que estamos
con este tema de las “relaciones” que ya no existen y las “emociones” (que
tampoco existen) este lugar que encontramos con A es “una mina de oro”. O
supongo que algo así es la expresión, la “plata” tampoco existe en nuestro
mundo. Las emociones son lo único que se intercambia, la comida solamente está
por ahí.
Explicando un poco más
el panorama con A voy a decir que solamente la conozco desde que encontramos “ese
lugar”. Ella estaba ahí y no recuerdo absolutamente nada más antes de eso.
Solamente recuerdo haber estado vivo. Y haber aprendido a leer y escribir.
Quizás otras cosas, pero no las recuerdo tampoco.
Mi cambio de visión
del mundo vino a través de este descubrimiento y no paró de extenderse hasta
ahora. Junto con A vimos muchas de las películas y leímos (con bastante
esfuerzo) cada uno de los libros que se encontraba a nuestro alcance y creo que
“aprendimos” mucho. Perdón si hago un abuso de las comillas, es considerado “normal”
hasta donde entiendo.
Dados diversos
factores (como que ambos estamos “solos”) llegamos a la conclusión con A de que
la mejor forma de entender mejor las “relaciones” y las “emociones” es creando
una “relación” misma entre nosotros dos y nuestro experimento hasta ahora
estaba funcionando bastante bien. Habíamos tenido nuestra “primera cita”
encontrándonos en la calle luego de que yo me tropezara con ella mientras
llevaba unos libros, A me miró y “sonrió”, yo la miré y “sonreí” también. A
leyó mi nombre en uno de los libros y dijo “¿Esto es tuyo, B?” y yo le dije “Sí,
esto es mío”.
Ella dijo “Aquí lo
tienes B” utilizando un acento extraño mientras me alcanzaba el libro.
En ese momento decidí
seguir con el protocolo: Miré su remera estampada y le dije que me “gustaba” la
banda “Th-e Smths”, ella dijo que a ella también le “gustaba” y por lo tanto su
decisión de indumentaria había sido directamente afectada por este “gusto”,
además del hecho de que no le “gustaba” que la gente mire sus pechos en público
en el caso de no haber estado usando una remera. Propuse que vayamos a tomar un
café para seguir hablando acerca de “Th-e Smths” y la importancia de evitar que
tus libros caigan en el medio de la calle. Ella sugirió que no estaba
acostumbrada a interactuar con extraños o gente en general, pero yo insistí una
vez. Los libros y las películas nos habían indicado que eso era lo correcto que
hacer.
De alguna forma u otra
nuestra ida al café fue mejor que la esperada, nos pudimos mirar a los ojos
(cosa que nadie había hecho desde hacían unos 50 años mínimo, supongo) y en un
momento hasta la agarré de la mano (cuando íbamos a cruzar una calle, a pesar
de que los “autos” ya no existen).
En la charla que
tuvimos en la cafetería ella habló sobre su familia imaginaria y su mascota
imaginaria que había roto unos muebles imaginarios y ahora querían
sacrificarla. Con mucho esfuerzo logró expulsar “lágrimas” por los ojos y
admitir que estaba “triste”. Mi formación acerca de las relaciones y emociones
me hizo saber que la expresión más coherente en este momento era la de empatía:
Debía sentirme mal por ella a pesar de no tener ningún interés en su problema.
Era alguien que acababa de conocer y su problema no era real siquiera.
La tomé de las manos y
le dije “Todo va a estar bien”. Ella volvió a sonreír. Yo sonreí también.
Luego de consumir el
líquido oscuro arreglamos para vernos en un “parque de diversiones” (bueno,
solamente un parque, pero no entendíamos la diferencia en esa época), nos despedimos
y cada uno se fue para su casa.
Pasaron dos días y se
me ocurrió que ya era momento de ir al parque. Al llegar ahí llegué a la
conclusión de que ella había estado en ese lugar desde el momento en el que nos
despedimos. Su expresión fue de “enojo”, al parecer yo había llegado dos días
tarde a nuestra “segunda cita”.
Intenté explicarle que
habíamos acordado el lugar pero nunca el momento en el que nos íbamos a
encontrar, quizás deberíamos tener eso en cuenta para la próxima. Ella me
amenazó con que no “habría próxima vez” si yo seguía siendo tan despreocupado
con el protocolo. Ah, sobre eso; aparentemente habíamos divisado un protocolo
coherente para este experimento de la relación, yo no estaba enterado por
completo de cómo era.
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