5 may 2014

Sobre el fin del amor, el universo y otros problemas (Parte 2)


“Siento que te estás burlando de mí. No hay forma en la que puedas justificar tu falta de consideración por sobre cómo me siento.
No entiendo qué es lo que esperabas de mí, apareciendo 2 días después a nuestra segunda cita; ¡se supone que era algo importante! No podemos empezar esta relación, la primer relación en mucho, mucho tiempo de ésta manera. No lo puedo creer. No voy a seguir con esto.”
A me grito muchas cosas, pero creo que la síntesis del griterío fue esta de ahí arriba. Yo estaba yendo en contra no solo de lo que ella esperaba, sino también de todo el protocolo que habíamos vuelto a fundar entre los dos. Iba a ser la primera relación en el mundo y tenía que ser perfecta. Ella había leído mucho más que yo y sabía exactamente cómo era una relación perfecta. Era mi deber cumplir con esto. Así que le propuse lo siguiente: A, creo que en vista de lo que acaba de pasar, no tenemos otra opción que reiniciar nuestro experimento y empezar de cero. A asintió y dijo que era la única forma en la que podría dejar de estar “enojada”.

Acordamos que ese mismo día ella iba a intentar suicidarse tirándose desde un puente, yo debería pasar por ahí sosteniendo unos libros, tropezarme y dejar que se caigan para encontrarla a ella llorando a punto de saltar. Además, se nos ocurrió poner una hora y un lugar exactos para que el problema de la impuntualidad no sea un problema, sino algo convenido entre los dos.

Yo llegué, tropecé con una piedra y dejé caer mis libros y escuché un llanto. Era la primera vez que escuchaba un llanto así que no tenía idea de cómo sonaba un llanto en la vida real. Intenté guiarme por lo que parecía una voz humana intermitente entre notas de frecuencia alta y una respiración agitada y la vi, agarrada con los brazos detrás de la espalda, a punto de saltar hacia el mar.
Le grité “Por favor, ¡no te tires! ¡tenés mucho por lo que vivir!”, ella me miró y me dijo “No tiene sentido, nada tiene sentido, la vida es una mentira atrás de la otra, nadie me quiso ni nadie me va a querer, ¡nunca!”.
Yo me trepé por el borde del puente y justo en el momento en el que ella estaba por caer a su muerte la agarré de la cintura y la pude subir de nuevo a un punto firme. Desgraciadamente, el experimento se fue de las manos; empezó a llover muy fuerte y cayó granizó que nos empujó y ambos dos caímos al mar.
Mi próximo recuerdo es el de amanecer en la playa, con un gran dolor óseo y con “miedo”. Empecé a correr por la arena, buscando fuerzas en mí hasta que la encontré tirada y desmayada. Intenté soplar dentro de su boca lo más fuerte que pude; ella empezó a toser y abrió los ojos. Me miró y sonrió. Yo también sonreí.

Decidí que lo más coherente era que nos vayamos de ese lugar, hacía mucho “frío” y la situación podría empeorar. Improvisé una especie de carro y la llevé hasta mi departamento.
Ahí la acosté y la dejé dormir, me di una ducha y volví a releer algunos libros.
Cuando ella se despertó me agradeció por haberla salvado, me pidió usar el baño para darse una ducha y me preguntó si me volvería a ver. Yo le dije que sí, que deberíamos vernos en tres días, a las 4:30 pm en el café donde transcurrió nuestra primera “cita”. Ella asintió y se dio una ducha.

Se retiró de mi departamento después de saludarme de una forma bastante seca (la toalla le había sacado todo el exceso de agua sobre la piel) y yo me quedé mirando el techo durante tres días hasta las 4:30 pm.

Esta vez la reunión en el café fue incluso mejor que la primera, nos pudimos mirar a los ojos, agarrarnos de las manos y hasta probamos “reír”. Se sintió bastante “bien”.
Ella me comentó que la razón por la cual se había sentido “mal” y había querido suicidarse era porque así lo habíamos planeado y que realmente estar viva o no, no importaba mucho.
En este momento yo le dije que la única razón por la cual hablábamos era porque el otro respondía, ella me miró y sonrió. Al parecer esto era humorístico.
Terminamos nuestro café y fuimos a un parque directamente (no dos días después) con la ventaja de seguir juntos a una distancia despreciable (menos de medio metro) hasta que llegamos.
En el parque vimos muchos “gatos” y los acariciamos. Los gatos hacían prr. Hubo momentos en los que la cara de A se acercaba bastante a la mía pero nada más que eso pasaba.
Decidimos mirar una fuente y A empezó a decir:
-          Acabo de contemplar una fuente de agua durante once minutos y tuvo sentido que haya solamente un número finito de veces en la que podés decir una simple frase como “Gracias”. Después de esto A baja el volumen de su voz
-          No tiene sentido - Le respondo.
Las gotas estaban creando estos maravillosos, impropios, infinitos patrones, salpicando en contra del sucio cadáver de lo que solían ser y… - parando para respirar- ciertamente hay algo muy malo acerca de la forma en la que medimos el tiempo.
Asiento con la cabeza.
-          De hecho, hay algo mal acerca de todo lo que medimos, acerca de la manera en la que conceptualizamos e intentamos que todo siga una especie de patrón geométrico. Estamos inspirados por la naturaleza para hacer exactamente lo opuesto. Culpá a la forma de pensar tribal, imposiciones sociales, libre albedrío y todo, ¿no? Creo que no tanto. ¡Que se vayan a la mierda!
En ese punto salimos un poco del protocolo, no es tan fácil seguirlo. Aunque de cierta forma, esto ayudo a que la distancia entre nuestros cuerpos sea menor.
Decidí acompañarla a su casa y en todo el trayecto nuestras manos iban agarradas juntas. Hasta que llegamos a la puerta y la miré a los ojos. Ella me miró a mí. Yo le di un pequeño papel con mi número de teléfono. Presioné mis labios contra los de ella.
Ella sonrió al revés. Yo caminé hasta mi departamento.

Solamente al llegar escucho el sonido del teléfono.
-          Hola, ¿Quién es?
-          Hola, soy A, llevo una hora y media llamándote desde que llegué a casa
-          Perdón A, recién llego a la mía y no había forma física de responderte, mis brazos no se extienden tanto.
-          Está bien, yo calculé mal el tiempo.
-          Es posible, es la primera vez en la vida que alguien me llama por teléfono de todas formas
-          Sí, es la primera vez en la vida en que yo llamo a alguien por teléfono también.
-          Está bien, no creo que haya problema.
-          En realidad sí hay un problema
-          ¿Con qué exactamente?
-          El beso después de nuestra cita
-          No entiendo por qué hay un problema con eso; solamente fue un beso.
-          ¡Mentira! ¡No fue solo un beso! Significó algo, ese momento. Estábamos los dós solos y vos me besaste, en mi puerta. ¿Cómo le explicaríamos esto a cualquier persona? Nadie además de nosotros sabe lo que es una relación. Se asustarían, nos matarían o nos meterían en la cárcel, esto no puede pasar. Nunca más.
-          Supongo que no lo pude ver de esa forma en ese momento, simplemente me dejé llevar por el momento y por lo que entiendo de las relaciones y las emociones. El momento era justo, teníamos que darnos un beso en ese momento. Yo te había salvado de ahogarte.
-          En realidad vos no me salvaste para nada, nos caímos juntos al mar, y eso nunca hubiera pasado si vos no me intentabas salvar en el primer lugar. Todo por este experimento de mierda, vos sos un pelotudo de mierda y arruinaste todo
-          ¡No fue mi culpa, los dos queríamos hacer esto! ¡Queríamos ver cómo era tener una relación! Queríamos probar cómo se sentía no seguir con la misma vida de siempre.
-          Todo iba a estar bien, todo iba a funcionar perfectamente y vos lo arruinaste
-          Está bien, tenés razón; yo lo arruiné.
-          Te “odio”.

Después de esto, A cortó el teléfono. Yo me quedé mirando al techo durante unos días, o semanas -al no haber puesto un límite de tiempo para nuestra próxima interacción, controlar el tiempo no tenía mucho sentido- hasta que sonó el timbre del departamento.

Pregunté por el portero eléctrico quién era y qué quería. Me respondió que era A y que quería disculparse.
Bajé por el ascensor y la fui a buscar. Ella sonreía y yo sonreí. Al entrar ambos dos al departamento ella apagó la luz y me besó. Llorando me dijo que no quería que volvamos a pelear.
Le dije que no me importaba, que en la ausencia de ella había estado con otras personas, a pesar de que esto no era real en lo más mínimo.
Su cara cambió de expresión muy rápidamente.

“Sos un machista de mierda, lo único que te importa es besar otras personas”. La abracé y la callé con un beso. Ella lo siguió.

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